Comentario
Capítulo XCVIII
Que trata de la venida de los navíos que quedaron en Valparaíso y de cómo fueron a descubrir una isla donde trajo bastimento para el campo
Estando en este placer y contento de la victoria que el gobernador había habido, allegó a la boca de la bahía el armada que en el puerto de Valparaíso había quedado el capitán Joan Bautista para que pertrechada la trajese. Era una galera y un navío pequeño. Fue con ellos buen socorro.
Descargado el bastimento que traía y el fardaje de la gente que por tierra había venido, mandó el gobernador al capitán Joan Bautista que fuese con la armada a correr la costa y que donde pudiese cargar de comida aquellos navíos lo trujese. Embarcáronse cuarenta soldados, y envió por tierra al general Gerónimo de Alderete con sesenta de a caballo para hacer espaldas a la gente del armada, que eran cincuenta y tres hombres y llevaban veinte arcabuceros. Y como la tierra es muy poblada y la gente de ella muy belicosa, era todo esto menester.
Allegada la armada a la costa de Arauco, salimos en tierra el capitán con cuarenta hombres y corrimos hasta media legua la tierra adentro, donde hallamos muy gran cantidad de casas y mucha poblazón y las casas sin gente. Y esto era a causa de estar toda la más gente en consulta y puestos a punto de guerra para dar en la gente de a caballo, que estaba dos leguas de donde estaba la de la armada porque no sabíamos los unos de los otros. Y viendo el capitán Alderete que no tenía ni podría haber nueva del armada, hizo la vuelta para el fuerte de donde el gobernador estaba.
Y el capitán Joan Bautista viendo que en tierra tan poblada no había gente, entendiendo que estaba junta y que sería mucha y que no se podía resistir, acordó, tomando parecer de buenos hombres que consigo llevaba, qué convenía hacer. Mandó hacer a la vela el armada e ir a una isla que cercana estaba que al pasar habíamos descubierto. Y navegando para la isla, íbamos en los esquifes por cerca de tierra y dentro doce arcabuceros, los cuales tomaron ciertas balsas con ciertos caciques y los metieron en la galera. Y con esta presa se metió el capitán con su armada en una bahía que se halló en la isla.
Y visto por los indios, pusiéronse en arma y vinieron en dos escuadroncillos, porque hay en la isla dos caciques y señores de ella. El uno vino con su gente cerca, donde habló al capitán y le hizo un parlamento, dándoles a entender a lo que era allí venido por mandado del gobernador, y que le rogaba les diese alguna comida, lo cual fue tanto lo que trajeron que no había para un día.
Viendo el capitán que no se lo querían dar, salió en tierra con cuarenta hombres, los diez y ocho arcabuceros, y subió una loma baja donde estaba un cacique con su gente, que serían doscientos indios, los cuales aguardaron, que con las lanzas que nos alcanzábamos. Y esto hicieron viendo que nos habían tomado las espaldas. El otro cacique con cuatrocientos y cincuenta indios tenían ocupado el embarcadero. Y junto con esto vieron que eran ellos muchos y nosotros pocos.
Pues estando el capitán con los españoles tan cerca, habló un indio viejo que tenía una capa de cuero de carnero negro, y con una hacha de piedra en una asta de madera hizo una raya por junto los pies del capitán muy larga, y dijo que de allí nos volviésemos y que no pasásemos su tierra ni le viésemos sus casas, so pena que nos matarían, lo cual nos declaró un yanacona que entendía la lengua.
Luego el capitán mandó disparar los arcabuces, viéndose cercado de indios y tomada la mar. Y dimos en ellos. Y ellos, pensando que éramos otros, pusiéronse a resestirnos y no pudieron, porque no les dejamos entrar en otro juego sino tomar la huida, puesto que algunos se tardaron, porque alcanzaron los arcabuces a los delanteros y los filos de las espadas a los perezosos en huir.
Pues viendo el escuadrón que tenía tomada la mar que los de arriba iban de priesa y a su pesar, acordaron ausentarse del trueno antes que llegase el relámpago. Seguimos en el alcance y sojuzgamos la isla toda en breve y recogimos algunas piezas, y amansándolos nos ayudaron a traer toda provisión para la galera y galeón, de maíz y papas y frísoles que les tomaron.
De esta suerte vinimos al fuerte donde estaba el gobernador, y mandó repartir a todo el campo el bastimento, que tuvo qué comer algunos días. El capitán trujo ante el capitán tres caciques que tomó en las balsas y dos que tomó en la isla, y éstos dijeron al gobernador cómo adelante estaba otra isla mayor que aquella suya
y más poblada, y la tierra de la costa firme mucho más